23 julio, 2015

Transportando un mundo


 Sudeste (Sergio Belloti, 2002)


El río se extiende ancho y silencioso, y sobre los bancos parece más desolado.
Trabajó todo este tiempo sin más compañía que la ocasional del perro bayo. Se internaba en los juncos algo después del amanecer y, la mayoría de las veces, ni siquiera regresaba al mediodía para echarse un rato en el refugio. Cuando el agua estaba baja armaba un lecho de juncos y se extendía encima una media hora. Cuando estaba alta, generalmente volvía al refugio o apenas se detenía para mascar un pedazo de galleta y tocino y fumar el pucho más largo que encontraba rebuscando en los bolsillos.
El viento ondulaba la superficie del río, y por encima del río, aquel inconstante mar verde en medio del cual se afanaba. Oía el silbido enroscándose en torno suyo, como una serpiente. Y luego las palpitaciones de aquella enorme soledad. Él se movía transportando consigo aquel mundo, dondequiera que fuese. El viento había ajado sus manos y su rostro, de piel tensa y curtida. La lejanía vació sus ojos y la soledad lo tornó abstraído y mustio.

Haroldo Conti
Sudeste